Antes de medianoche ya se había cortado la red, así qe sólo restaba esperar hasta las 3:15 saludando, desarmando lo que quedaba y tomando lo ídem. Escenas de bastante bajón, la despedida tan prolongada; cuando llega la hora sólo quiero irme de una vez.

Caminamos hasta la terminal y tomamos el extraño único servicio directo al aeropuerto, que pasa a las 4:25. Es barato, rápido y cómodo, el problema es esperar desde las 6 (hora en que llegamos al aeropuerto) hasta las 12:25. El aire acondicionado está demasiado fuerte y no hay dónde acomodarse un poco. Así que me tiro a dormir un rato en el suelo junto con los otros y cuando finalmente empieza el checkin de Iberia me despido del gran contingente que tomaba ese vuelo: C. Perrier, adn, el griego, algunos españoles y Alfie que se queda esperándome.

En la cola de Cubana unos mexicanos y un cubano emigrado ya me dan la primera mala impresión: están yendo -básicamente- de putas.

Finalmente en el aeropuerto José Martí. Apenas llego noto algo: los puestos de información turística no dan ningún tipo de información, sólo venden caros mapas que no sirven para caminar con ellos, porque son gigantes, y paquetes turísticos. Esto es algo que va a ser casi constante a lo largo del viaje, y en gran contraste con la mayoría de las oficinas de turismo de las ciudades que he visitado dentro y fuera de la Argentina, donde al menos dan un mínimo mapa para que uno no se pierda.

Luego de dar vueltas un rato, consigo compartir un taxi con otros mochileros y voy a la casa de Yula, con quién previamente había hablado por teléfono. Cuando llego, está lloviendo y la primera vista del frente asusta un poco, pero adentro es aceptable: un cuarto amplio, equipado y un balconcito desde donde se ve la calle. Como con tantos otros cubanos, Yula es simpática y habladora, pero no se puede confiar demasiado en lo que dice. Punto a favor de ella: me regala una guía de rutas de cuba, de las que dan con los autos de alquiler, que incluye un mapa de La Habana Vieja y luego me va a servir para planificar mis movimientos por el país.

Salgo a cenar al Barrio Chino, cerca de las calles Galiano y Lonja, me siento en uno de los tantos restaurantes "chinos" apilados en una sola cuadra. La comida no es mala, pero mal preparada: no se puede comer con palitos; luego veré que en la mayoría de los casos, son chinos en la decoración, pero no se ve un cocinero chino por ningún lado.

Mientras como puedo observar con facilidad que muchos de los que pasan vendiendo cds truchos o tratando de hacer algún negocio poco claro están trabajando en combinación con los empleados de los restaurants. Nadie se preocupa por echar al pesado que se pone a hablarme y ofrecerme cosas mientras yo trato de comer, es más: se saludan entre ellos. También observo un cafishio, la jinetera y el cliente haciendo negocio a la vista de todos y a 20 metros de los policías de la esquina.

En un bar de la calle Obispo me siento a tomar algo, una moza me da charla y me manguea un trago para ella. Hace algunas insinuaciones que elijo ignorar y entonces deja de darme bola, se pone a charlar con unas amigas y me voy. Pruebo mi primer Criollo suelto: unos cigarritos populares, negros y sin filtro que son una delicia.

La avenida Galiano da muestras de esplendores pasados, ahora de noche está llena de fantasmas. Vidrieras semi vacías, edificios medio derrumbados, mucha oscuridad.